viernes, 9 de noviembre de 2012

Pau, uno de mis dos sobrinos de once meses de edad,
lloraba desesperadamente a la hora de comer,
nada parecía consolarlo,
así que le pedí a mi hermana que me lo pasara,
y subí con él a la terraza.
Al salir dejó de llorar de inmediato,
el aire fresco,
los colores de un día nublado,
las plantas de la terraza,
el cielo sobre nuestras cabezas,
el canto de los pájaros,
el gato blanco de mi vecina en la ventana...

Cuando tu malestar parezca
la única cosa existente,
muévete, cambia de lugar,
sal al exterior y respira.
¡El mundo es enorme!

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Sentado o dormido, un buda sigue siendo un buda