Con el argumento repetido tan insistentemente de que "todo el mundo debería trabajar", justificamos y aprobamos nuestra propia esclavitud y la del resto de los individuos.
Cuando defendemos nuestro derecho a poseer una propiedad privada, defendemos nuestro derecho a vivir como prisioneros.
Cuando argumentamos que queremos una educación pública y gratuita, estamos argumentando que deseamos ser dirigidos, programados y manipulados gratuitamente.
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