Hay un punto intermedio entre agachar la cabeza, esperando el golpe, en la inferioridad, y en romperle los huesos a alguien, haciéndole suplicar, en la superioridad. Lo llamaron Aikido, el arte de la paz.
Desde su mítica fundación por Bodhidharma -monje budista, primer patriarca del Zen– en le templo de Shaolin, las artes marciales chinas siempre fueron un instrumento de paz, nunca de agresión. Es mérito de Ueshiba, el haber reducido la acción marcial a su mínima expresión. La agresión se vuelve contra el agresor. La participación activa en la defensa es mínima –como en el Tai Chi: "utilizar cien gramos para esquivar mil quilos"–. La filosofía pacifista de Ueshiba es digna de tener en cuenta en una sociedad basada en la agresión.
Desde su mítica fundación por Bodhidharma -monje budista, primer patriarca del Zen– en le templo de Shaolin, las artes marciales chinas siempre fueron un instrumento de paz, nunca de agresión. Es mérito de Ueshiba, el haber reducido la acción marcial a su mínima expresión. La agresión se vuelve contra el agresor. La participación activa en la defensa es mínima –como en el Tai Chi: "utilizar cien gramos para esquivar mil quilos"–. La filosofía pacifista de Ueshiba es digna de tener en cuenta en una sociedad basada en la agresión.
ResponderEliminarLa humildad del guerrero, ni baja la mirada ni permite que otro la agache ante él.
ResponderEliminarLa impecabilidad, en sus propios ojos.